El divorcio es quizá uno de los grandes problemas a los que una persona puede tener que enfrentarse a lo largo de su vida. Desde siempre se ha dicho que cuando uno se casa lo hace “para toda la vida”, pero esta realidad hoy día ha cambiado en el sentido de que ese “para toda la vida” lleva una coletilla en forma de oración subordinada y complementaria: “siempre que los dos quieran”.
La concepción que socialmente se tiene del matrimonio ha cambiado y no me refiero a sus distintas formas (heterosexual, homosexual), sino al hecho de que hemos pasado de que si bien antes el compromiso mutuo de la pareja era el sustento principal del matrimonio, hoy en día parece que lo que se pone en valor es la voluntad de cada cónyuge de seguir en ese proyecto común, más que el compromiso mutuo, es decir, que el matrimonio existe siempre que ambos quieran. Hemos cambiado compromiso por voluntad, y esto, que parece una obviedad, es así hasta el punto de que ya no es preciso justificar la ruptura matrimonial en una causa o conjunto de causas, sino que basta que uno diga “hasta aquí” para que el vínculo matrimonial se rompa, eso sí, siempre y cuando hayan transcurrido tres meses desde la celebración del matrimonio y sin entrar a valorar si uno u otro ha tenido la “culpa” de esa ruptura.
Esto que podría llegar a entenderse como un signo de madurez social, pues obliga a examinar con ojo crítico la vida conyugal día sí y día también con vistas a mejorarla, tiene el cierto peligro de suponer una banalización del matrimonio, pues lejos de afrontar este como un reto u oportunidad de realización y crecimiento de la pareja, puede servir de “comodín” de la baraja para cuando lleguen los momentos de dificultad por los que todos los matrimonios atraviesan, o cuando uno de los dos, simplemente se canse de seguir conviviendo con la misma persona: uno se divorcia y no pasa nada.
Un poco de estadística…
Consideraciones aparte, y si atendemos a las estadísticas recientes sobre divorcios en España (datos correspondientes a 2018), nos encontramos con cosas como que:
- de 99.444 rupturas de pareja que hubo en España en ese año, 95.254 lo fueron por divorcio.
- los matrimonios que terminaron divorciándose cumplieron una media de 16,6 años de duración.
- la edad media de las mujeres al momento de divorciarse es de 45,4 años y la de los hombres, de 47,8.
Estas cifras nos hablan de que el divorcio en nuestro país es una realidad absolutamente normalizada, y que dada la media de edad de los matrimonios y de los cónyuges integrantes de los mismos, permite una segunda oportunidad de rehacer la vida, si bien no es menos cierto que acontece con hijos en edades complicadas como es la preadolescencia y la adolescencia, en pleno proceso de formación de la personalidad y por tanto, necesitados del apoyo y la presencia de ambos padres.
Y cuando llega el divorcio, ¿qué?
Llegado el momento del divorcio, es decir, el momento en el que uno se da cuenta de que no se ha casado para toda la vida sino que, por la razón que sea, tiene que poner fin a ese proyecto de vida en común que con tanta ilusión acometió en su día, comienza la no menos importante tarea de emprender la búsqueda del profesional adecuado.
En este sentido, buscar un abogado para un caso de divorcio no es algo banal, quiero decir, no podemos conformarnos con cualquier abogado sino que tiene que ser alguien que sea especialista en Derecho de familia ya que un divorcio no solo consiste en ver con quién se quedan los niños, qué pensión voy a cobrar, o qué pasa con el piso y la hipoteca. Son muchas más cosas que implican temas fiscales, hereditarios, e incluso, penales que hay que saber prever y, en su caso, evitar. Y, por supuesto, huir como de la peste de los cantos de sirena que en forma de subasta al por menor se dejan sentir desde ciertos anuncios y páginas web que promocionan divorcios a 300,00€ con hijos y 150€ sin hijos, pues lo aparentemente barato, a la corta/media sale caro, muy caro, y bastante tenemos con superar y darle la vuelta a un proyecto de vida fracasado como para encima complicarnos la vida a la hora de pasar página definitivamente.
Por último y apelando a la responsabilidad de los cónyuges que se encuentren en esta situación, créanme que merece mucho más la pena un divorcio llevado de mutuo acuerdo que de forma contenciosa, a fin de cuentas el juez desconoce a los cónyuges y a sus hijos por lo que su decisión, por muy motivada que esté en el interés de estos, nunca contentará a ninguna de las partes.
Este artículo es un post patrocinado que he tenido el placer de preparar para la firma Mata Garrido – Abogados de Barcelona y recomiendo su difusión visitando su página web www.matagarridoabogados.com
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